sábado, 22 de septiembre de 2007

Segunda reflexión

A lo largo de nuestra historia, siempre ha estado presente la diferencia de clases sociales de una u otra forma. Por más luchas que se han emprendido, la estigmatización social sigue vigente en la actualidad con una fuerza implícita indescriptible. En cada contexto, aun en el sistema educativo observamos grandes diferencias, ya no solo de clases sociales sino de clases intelectuales. Es muy común dentro del aula de clases la diferencia que los mismos docentes potencian entre alumnos inteligentes y capaces; los de nivel medio; y los “tontos o porros”. Existe una práctica que fomenta cada una de las diferencias mencionada anteriormente: LA EVALUACION. Desde su origen, la evaluación se centró en el acto de juzgar las cosas. Hoy nos encontramos frente a una evaluación que pretende asignar valores precisos de medición a determinados objetos evaluativos. Como nos señala Ángel Díaz Barriga (1994): “Si el examen no es un problema ligado históricamente al conocimiento, si es un problema signado por las cuestiones sociales, sobre todo aquellas que no se pueden resolver”.
Existe en este ámbito una controversia fundamental pues lo que hoy en día nos dice la teoría no es exactamente lo que se emplea en la practica, es decir, actualmente se acepta una concepción de la evaluación como “el proceso de delinear, obtener, procesar y proveer información valida, confiable y oportuna que nos permita juzgar el merito o valía de los programas, procedimientos y productos con el fin de tomar decisiones” (P. Ahumada, 1989). La revisión de prácticas profesionales en el aula, en cualquier nivel del sistema arroja como resultado que la evaluación sigue siendo entendida por sus ejecutores como un suceso aislado de la enseñanza-aprendizaje.
Según mi criterio, la evaluación debe ser vista desde un sentido amplio, es decir, debe incluir situaciones de aprendizaje de la vida real de cada alumno que asegures una verdadera comprensión de lo que se quiere enseñar. La evaluación debe estar centrada fundamentalmente en procesos más que en resultados. De esta forma se mejora la calidad y nivel de aprendizaje aumentando la posibilidad de que todos nuestros alumnos aprendan. Collins, Brown y Neuman (1995) señalan que esta forma de evaluación se “concibe como un proceso colaborativo y multidireccional, en el cual los alumnos se autoevalúan, son evaluados por sus pares y por el maestro y este a su vez aprende de y con sus alumnos”.
Antes de finalizar, me gustaría detenerme un momento en el contexto actual real de los estudiantes. Se ha masificado enormemente las diferentes tendencias de moda o estilos en nuestros adolescentes: pokemones, pelolais, visual, etc. Niños que manejan con una enorme facilidad los medios informáticos y de entretenimiento. Entonces: ¿les llamara la atención una clase tradicional usando solamente un sistema oral como transmisión de conocimientos? El desafío no es menor si tomamos en cuenta que gran parte de las instituciones educativas no están preparadas para asumir este importante desafío. Es necesario fragmentar todo un esquema y cambiar las visiones de muchos docentes y estudiantes acerca del concepto de evaluación por una visión integradora de los diversos contenidos agregándoles su respectivo valor ético.

1 comentario:

Profesora dijo...

Estimada María José

Concuerdo plenamente contigo, en que la evaluación tradicional no permite captar los grados de significación que los alumnos dan al aprendizaje, encasillándolos en buenos y malos.
Concordamos también en que gran parte de los docentes sigue entendiendo a la evaluación como un suceso y no como un proceso inherente al aprendizaje de los alumnos (as).
Asimismo, en que la evaluación es un proceso inherente al aprendizaje y que debe respetar las diferencias y ritmos de aprendizaje de nuestros alumnos, rescatando sus conocimientos previos y acercando los contenidos a su realidad. Responsabilizando al alumno de su propio aprendizaje.
Por otro lado, es acertada tu reflexión en torno a que l la evaluación es un proceso multidireccional, pues nos exige evaluar, auto y coevaluarnos. Además, responsabiliza al alumno de su propio aprendizaje, siendo el profesor nada más que un mediador de éste.
Ciertamente, la sociedad tecnológica en la que vivimos no nos permite educar de la misma forma, dado que hoy todo es distinto.
Es mi deber señalarte, que no se trata de caer en el apego a la tradición sino de rescatar del enfoque tradicional lo mejor de él.
Muy bien.

Tu nota es: 89